Ángel Amaro (2008)
La heteronormatividad que deviene en obligatoria y dicotómica transcurre a lo largo de la historia de la humanidad como un monstruo mutante capaz de adaptarse a todos los contextos político-sociales y capaz de ser inoculado, con una efectividad y eficiencia jamás desarrollada, en “dos sexos” que devienen en complementarios y políticamente correctos.
Como bien afirma Deleuze, en la era del capitalismo tardío, el sistema capitalista muta, se transforma, de-genera en un sistema caótico a simple vista pero edipizante y esquizofrénico en el fondo. La dialéctica entre lo público y lo privado, la sociedad-conjunto y el individuo-particular, defendida por los hetero-ilustrados franceses, ha reventado por los cuatro costados deviniendo en lucha irreconciliable en vez de enriquecimiento mutuo.
Tal contexto bipolar y esquizofrénico en el que se muestran “escenarios planos” y estáticos, se nutre de dos procesos fundamentales: uno de ellos que sería el Renacimiento del siglo XV (“1º Renacimiento”:teorización de la heteronormatividad), la aparición de la Modernidad, el resurgir del varón como centro del universo (androcentrismo presentado como “antropocentrismo platónico”), el resurgimiento del cánon y la perspectiva, la racionalidad-ciencia, la definición complementaria, antagónica y excluyente de la bondad y la maldad, los géneros, y como no, los valores asociados a cada uno de ellos (macho y hembra).
En este primer proceso bipolar en el que se sientan las bases del patriarcado semiótico y científico se hereda y adapta la dialéctica existente entre la Virgen María (mujer casta-privacidad-esposa-reproducción social) y Eva (pecaminosa -vida pública-ámbito público-desviación social) al contexto social del renacer romano-griego.
Se pretende justificar la histórica división sexual del trabajo generadora de plusvalías para los hetero-machos, lo que Connell denomina dividendo patriarcal. Dividendo económico, social, cultural, sexual... El sujeto “mujer” debe elegir: o bien ser “una mujer pública”, estigmatizada socialmente, o bien, ser “una mujer privada”, relación monógama relegada al ámbito doméstico. Se visibiliza públicamente el canon perfecto, el varón ideal. El cuerpo de las mujeres se define como imperfecto y por tanto se desdibuja, se cosifica, se parcela. No se convierte en sujeto total e íntegro. Queda ligado a trastornos biológicos y naturales/ciclos agrarios (menstruación, menopausia, ninfomanía, frigidez), se la define como objeto carnal, pasional, terrenal (Dialéctica Virgen María-Eva), no se le concede el derecho a idealizar un cuerpo femenino, visibilizarlo íntegramente, teorizarlo sin androcentrismo.
Pero el 1º Renacimiento va más allá, se crea el contexto social para el “varón nuevo” (Fin de la Edad Media). Se configuran ciudades, conceptualiza la belleza, el arte, el conocimiento, los valores, etc.
El segundo proceso importante en la afirmación, legitimación científica y reproducción a gran escala de géneros binarios es el cientifismo europeo del siglo XVIII (Ilustración, “2º Renacimiento”) y el cientifismo edipizante-freudiano euro-americano del siglo XIX (“3º Renacimiento”. Constitución de las identidades sexuales, 1868).
Se legitima/actualiza teóricamente el heterosexismo y la violencia estructural/opresión sexual y simbólica (P. Farmer), al mismo tiempo, se desdibuja el escenario no-heterosexista, se fragilizan (Grimberg) a “las comunidades exiliadas”, no beneficiarias del reparto del festín de los tres renacimientos (tres vértices del Triángulo Edípico). Se retroalimenta el acto de insultar/agredir (Judith Butler) una y otra vez...
Se vertebran las identidades en base a características aparentemente biológicas e innatas. “El motor” del racionalismo ilustrado muta con la ética protestante del integrismo puritano (Religiones protestantes) y da lugar a una maquinaria semiótica-discursiva que no tiene precedentes en la historia de la humanidad. Estamos ante “el fin de los géneros”, a semejanza del “fin de la historia” de F. Fukuyama. La dictadura de la razón hecha espada lamina y descuartiza, a semejanza de la vivisección, la riqueza sexual de la humanidad. Se cosifican científicamente cuerpos parlantes, surge el gay, la lesbiana, la prostituta, la ninfómana.
Este estado de cosas es importante en lo referente a la prostitución. El ejercicio de la prostitución (femenina) cae en una espiral sin fin en la que se bipolariza cada vez más el ejercicio de la misma (puta-cliente, status quo), pasando de ser un ejercicio o trabajo sexual puntual (estado transitorio) para muchas obreras de finales del XIX, para pasar a ser una identidad (estado permanente): “la puta”. Se creará una cosmovisión que la atrapará de por vida a su trabajo ocasional, invitándola a no existir como sujeto, pero sí como objeto. “Un silencio ominoso” (Kossofsky) parece recaer sobre ellas. Como bien apunta Bourdieu, se genera la existencia de un “habitus” tanto para las prostitutas como para los clientes. Un “sentido de lo correcto y de lo incorrecto, de lo legal y lo ilegal, lo moral y lo inmoral...”
Mutación del ultraliberalismo con el neopatriarcado.. Devenir de un hetero-allien...
Siguiendo con las tesis de Michael Foucault y aunándolas con las de Beatriz Preciado, podemos decir que en la era del neo-neoliberalismo, el sistema económico se sirve de los pilares del patriarcado y los hace suyo, los reinventa. La semiótica del ultraliberalimo basado en la acumulación y las leyes de oferta/demanda hace que los varones, aparte de devenir en hetero-machitos, devengan en hetero-consumidores de bienes sexuales, cuerpos cosificados, miembros amputados. A semejanza de los antropófagos, consumen “carne sexual”, identidades parceladas.
En la era de la farmacopolítica, el consumo del sexo, prostitución y pornografía, se convierte en un valor en sí mismo para el sistema sexo-género, generando grandes plusvalías para los estados-empresas y empresas-estados.Discursos normativos y procesos estructurales socio-económicos que perpetúan el masculinismo y la opresión del históricamente segundo sexo (S. de Beauvoir).
El hetero-varón renace y se erige sobre sus propios hombros para expandir su mente y su falo ante el resto de la humanidad, a costa claro está, del resto de con-géneros, principalmente, las mujeres. Se niega la perspectiva integral del cuerpo-mente de la mujer, la lesbianidad (mediante la falocracia), el sexo entre varones, etc. El varón se apropia de lo público y la racionalidad/austeridad (política), renegando a las mujeres a lo privado y la emotividad/expresividad (proceso de socialización binario: ámbito doméstico). Un varón en lo privado es un calzonazos y sentimental es marica. Una mujer en lo público es prostituta y austera es marimacho. Se establece la socialización binaria encargada de reproducir género contrapuestos condenados a entenderse, la empresa mutua: sostener el patriarcado por la base.
Las mujeres presas de los hetero-cazadores...
Se reserva al varón el derecho de, al igual que el Coloso de Rodas, “tener un pie dentro y otro fuera” (privado/público). En lo privado no para contribuir a la reproducción social y sostenibilidad de los hogares, ni en lo público para prostituirse. El ámbito privado, en el contexto de la farmacopolítica, es el apartheid de género dónde habita el “cabeza de familia”, “el jefe de la manada”. Sus aprendices (hijxs) y el género femenino con la que tiene firmado un contrato-sexual (monogamia). En la privacidad, a él se le concede el derecho al consumo de pornografía. Consumida de manera privada, en ambientes homosociales algunas veces.
El exponente máximo del consumo de hetero-sexo es la prostitución. El “buen hetero-cazador” se siente fuerte y decide dejar la manada por un instante para satisfacer sus gustos antropófagos. No le importa realmente si consume bio-mujeres, travestis, menores en muchos casos, el caso es acumular, legitimar su posición de consumidor-propietario, alardear de la azaña, si es en un ambiente homosocial mejor, que se corra la voz, que se enteren todos, es necesario, su status está en peligro. Jefe de la man(m)ada y jefe del grupo. Hetero-referente para el resto del grupo y de su manada. Es el varón el que desborda testosterona, el que necesita desahogarse, “la fiera que necesita montar a su presa para domarla y echarle el diente”, su falo roza la insostenibilidad... Expectatitvas penetrantes deben ser satisfechas...
Nuevas masculinidades, el enemigo está en casa...
Algo parece incomodar al buen hetero-cazador, su manada se subleva: las mujeres comienzan su proceso de liberación y se insertan el mundo laboral (aunque cargue doblemente con las tareas doméstico-dependientes) y los herederos de la camada se comienzan a sublevar, el yugo del hetero-cazador se hace demasiado insostenible.
A todo esto hay que añadir las nuevas masculinidades que se redefinen o se adaptan en su grupo homosocial, receptor semiótico de sus hazañas antropófagas. La aparición-visibilidad de los gays, metrosexuales, hetero-desertores.. Puntos de fuga por dónde la falocracia pierde energía binaria, los mecanismos de cierre ya no están automatizados, se convierten en auto-reflexivos...
Todos ellos cuestionan la cosmovisión antagónica-excluyente del hetero-cazador, ya no se legitima intragrupalmente el consumo de cuerpos parcelados. Se convierte en una práctica marginal, que no reducida sino individualizada y estigmatizada en muchos casos.El hetero-cazador deviene en cliente-camuflado, entre otras cosas por el paradigma del feminismo de estado y la preponderancia de posturas abolicionistas que cuestionan moralmente su conducta depredadora. El hetero-cazador ve como su coto de caza está cada vez más parcelado y definido (prostitución de calle, pisos privados, locales de alterne...) no visibiliza al igual que antaño sus hazañas, si tal en un reducido grupo homosocial mientras se reparten el festín y los miembros de su presa. Su falo está herido pero aún da coletazos. “El falo hecho palo” (Beatriz Preciado) aún es el gayato del pastor que dirige al rebaño...
Las identidades ya no son tan estáticas en la era de la farmacopolítica, existen numerosos “contrasaliente” en las estructuras excluyentes (matriz heterosexual, J. Butler) de los sexos opuestos. Las nuevas masculinidades cuestionan los pilares básicos del buen hetero-cazador, pero ello no conlleva la erradicación de la prostitución sino al contrario, hay un salto cualitativo en su funcionalidad para la hetero-masculinidad. En un contexto globalizado caracterizado por constantes cambios socio-culturales (esquizofrenia e histeria colectiva), la idea es que la prostitución devenga en una subestructura primordial del neo-patriarcado. Los hetero-cazadores necesitan legitimar constantemente y con más intensidad su posición social en la jerarquía social. Sus hetero-identidades endebles dependen del interaccionismo simbólico. Definición conjunta (hetero-socialización homosocial) y excluyente de otra (maricón y calzonazos)
Estratégicamente la prostituta no tiene un valor por sí mismo, sino un valor para sí. En la era del interaccionismo semiótico discursivo no se consume sexo, se aliementa una identidad en crisis constante, un monstruo que deviene y “renace” diariamente. Ya no es que perciban en las prostitutas personas y mujeres, perciben sumideros receptores de energía “sexual” inducida. Muchas veces no sexual, sino mental. Materializada en “penetraciones falocráticas” por un sistema cultural androcentrista sobre el que se asiente la violencia simbólica materializada en la pornografía y la cosificación del cuerpo de las mujeres como reclamo publicitario. Se consumen “productos pasivos” (devienen en penetrados), definidos por el sistema ultraliberal y neopatriarcal como funcionales para los hetero-carroñeros (han descendido en la cadena trófica).
El buen hetero-cazador ya no es antropófago, es carroñero.
Publicado en HARTZA.COM