Ángel Amaro (2014)
En
los últimos años se está estudiando y abordando de forma
interdisciplinar el fenómeno escolar del bullying lgtbfóbico,
denominándosele comúnmente bullying
homofóbico.
Estamos ante una agresión patriarcal múltiple que invisibiliza,
cosifica y violenta en el ámbito escolar a las identidades de género
no cisexuales (transexuales, transgéneros y travestis) y a las
orientaciones afectivo-sexuales no heterosexuales (gays, lesbianas,
bisexuales y pansexuales). Bullying
LGTBfóbico se
muestra como un término paraguas que -a priori- trata de aglutinar
de forma interseccional todas las agresiones cisexistas,
heterosexistas y monosexistas que sufre el estudiantado. Es en los
centros educativos donde, con mucha más virulencia, azota la
dictadura de la las expectativas, los roles y los estereotipos;
contexto legitimado por una pedagogía esencialista que percibe al
estudiantado como no-sexual, no-afectivo y no-expresivo. Obviamente,
cuando se habla de LGTBfobia,
hay que tener presente la doble vertiente que existe en esta compleja
matriz patriarcal que abordamos: por un lado tenemos las violencias
en el campo de las identidades de género y, por otro lado, las
violencias en el campo de las orientaciones sexuales. Se conocen más
las segundas violencias que las primeras, ¿por qué? Es muy
sencillo: la sociedad es cisexista y, estructuralmente, niega las
realidades de las personas trans* y los cuerpos/expresiones diversas.
Muchas veces se conocen más las vivencias y realidades de la
gayfobia que las peculiaridades de la transfobia (especificidad del
bullying transfóbico). Esto no es azaroso, el binarismo cisexista
permea hasta cómo se previene el bullying y tiende a invisibilizar
los cuerpos que nunca nombra y siempre estigmatiza.
En
una sociedad masculinista/masculinizada -y por tanto androcéntrica
también en el activismo LGTBIQ- no es de extrañar que las
violencias que sufren las mujeres lesbianas, bisexuales y trans* aún
estén poco abordadas desde las agendas activistas; los
patriarcalismos aún condicionan mucho la forma de abordar
el bullying
LGTBfóbico,
buen ejemplo de ello es que las violencias patriarcales que sufren
las mujeres LTBI aún no están en el centro del debate de forma
interseccional.
Vemos
pues que no se trata sólo, aunque también, de enunciar y hablar
del bullying
LGBTfóbico sin
más. Hay que tener presente el gaycentrismo que binariza nuestro
discuros y nos lleva a invisibilizar -de forma consciente o no- el
resto de violencias patriarcales que padece el estudiantado LGTBIQ.
Sería insensato hablar de acoso escolar y no centrarse en las
transfobias -que suele pasar por cierto-. Esto sería una práctica
binarista que no se hace asumiendo plenamente la diversidad corporal,
estética y expresiva de los cuerpos y sujetos que habitan nuestras
aulas y patios. No podemos caer en ópticas transfóbicas que no
visibilicen el cisexismo estructural que sostiene la pedagogía
patriarcal.
No
todo es homofobia y discriminación por motivo de orientación
afectivo-sexual.
Debemos
alejarnos de ópticas homocentristas. Un ejemplo de abordaje
cisexista, carente de una óptica transfeminista, sería el hecho de
afirmar que la plumofobia (discriminación de expresiones
estético-expresivas) está enmarcada dentro del campo de la
homofobia; un sesgo gaycéntrico que tiende a percibir la
discriminación de las expresiones y estéticas desde una perspectiva
canónica homocentrada. Se cae en este caso en una lógica
transfóbica que emplea la discriminación de las
expresiones/estéticas para ponerlas al servicio de la agenda de los
deseos.
En
vez de abordar la plumofobia desde la complejidad que muestra el
cisexismo, se habla de bullying
homofóbico,
negándose así la diferenciación entre el ámbito del deseo
afectivo-sexual y la identidad sexo-genérica. Esta maniobra
gaycéntrica hace aguas, ya que gran parte de l*s niñ*s que sufren
plumofobia no son homosexuales o bisexuales. Entonces, ¿por qué
seguir empeñad*s en explicar desde posicionamientos del deseo
afectivo-sexual las implicaciones de las violencias cisexistas que
atraviesan los cuerpos de nuestr*s estudiantes? Es una pirueta
compleja, homocéntrica y cisexista. En realidad, se niegan los
discursos de los cuerpos y las violencias que los atravesan para
legitimar cierta manera de prevenir el acoso LGTBfóbico.
No se puede erradicar el bullying
LGTBfóbico desde una
óptica gay articulada
en torno a las vivencias y especificidades que experimentan los niños
y chicos jóvenes gays, blancos, urbanos y de clase media. El
estudiantado LGTBIQ es diverso y, por tanto, diversas deberán ser
las estrategias socioeducativas emancipatorias.
Pedagog*s,
activistas no-binaristas y educador*s implicad*s debemos empaparnos
de una coeducación transformadora que emancipe a los individuos, de
una pedagogía queer que tenga presente la diversidad como una matriz
interseccional repleta de posibilidades, realidades y vivencias.
Entender, por tanto, los cuerpos y sus agenciamientos desde las
complejidades que los articulan, y tener bien presente el
transfeminismo y un necesario proceso deconstructitivsta en nuestros
discursos, praxis y acciones sociopedagógicas. Esta coeducación
emancipatoria se rearticulará desde la diversidad de los cuerpos,
las estéticas y expresiones; desde lo complejo y poliédrico; desde
la autocrítica y la interdisciplinariedad.
Asumamos
entonces las múltiples dimensionalidades y puntos de fuga
del bullying
LGTBfóbico.
Siempre desde una agenda transfeminista y emancipatoria; desde los
intersticios, los entrecruzamientos, las posibilidades, las
diásporas, los prismas liberadores y constructivistas, escenarios
democráticos que nos permitirán abordar integralmente todas las
violencias patriarcales que se (entre)cruzan en la realidad escolar.
La pedagogía queer puede arrojar mucha luz en esta tarea de reubicar
y de(re)construir. Un proceso poliédrico que, sin duda alguna, es
tan complejo como ambicioso.
Publicado en Revista Hysteria